agua

Europa consume los aguacates de México, el carbón de Colombia y el litio de Chile. La huella hídrica de esas exportaciones forma el núcleo de «Agua», un libro que retrata un mundo herido por su propia sed, con el vuelo de las mariposas monarca como hilo conductor.

El secuestro de Homero Gómez González, conocido como «el guardián de las mariposas» en el estado mexicano de Michoacán, es el punto de partida de esta crónica periodística del galardonado reportero polaco Szymon Opryszek, recién publicada en español por la editorial Itineraria, que distribuye en España y en toda América Latina.

«La historia de Homero me permitió escribir sobre los problemas mundiales desde una perspectiva pequeña, a microescala«, explica Opryszek en una entrevista con EFE en Madrid durante la presentación de su libro, fruto de cinco años de investigación y publicado originalmente en polaco en 2023.

Opryszek (1987), premiado por Amnistía Internacional en 2021, había escrito ya otros dos libros sobre América Latina, siempre con un enfoque de «derechos humanos», cuando se fijó en el denominador común de sus trabajos.

«Me di cuenta de que en todos los temas había agua, no en primer plano, sino como una actriz secundaria«, reflexiona.

Para convertirla en protagonista, decidió partir de la historia de Homero Gómez, un activista cuyo asesinato aún impune en 2020 generó indignación en México e incluso inspiró un documental de Netflix.

Mariposas y aguacates

Como guardián del santuario ‘El Rosario’, Gómez protestaba contra la tala ilegal que amenaza la supervivencia de las mariposas monarca, que cada otoño buscan refugio en los bosques de Michoacán y cuya población ha decaído drásticamente.

El autor de «Agua» indaga en las posibles razones de la desaparición de Gómez, pero también estudia otros focos de tensión ambiental en la zona, donde los narcotraficantes han convertido el aguacate en uno de sus negocios más lucrativos -junto a la venta de madera- y extorsionan a menudo a los productores, obligándoles a vender baratos sus cultivos.

«La fiebre del aguacate ha destruido nuestras tierras, nos ha destruido a nosotros, ha derramado sangre. Pero para mí no es otra cosa que una guerra por el agua«, dice un productor local entrevistado en el libro.

Para producir un kilo de aguacate se necesitan al menos 600 litros de agua, y la popularidad de la fruta se ha disparado en Occidente, pero también en China, donde el consumo se ha multiplicado por mil en una década, indica el libro.

«Es un símbolo de lujo, una moda entre los ‘influencers’ de Instagram», apunta Opryszek.

¿Significa eso que hay que dejar de consumirlo? El periodista sacude la cabeza y recuerda que los problemas derivados del «oro verde» también se aplican a la producción «de soja en Argentina, o de carne de res en todos lados».

«No podemos crecer más»

Por tanto, opina, hay que ser más responsables en las decisiones individuales de consumo, pero también buscar modelos de cultivo más sostenibles, «porque la agricultura consume más del 70 % del agua» dulce a nivel global.

«Mi libro es un grito por la moderación«, resume. «Parece que nuestra religión es el crecimiento y queremos más, más fuerte, más rápido. Tenemos que cambiar esta idea. No podemos crecer más«.

Su libro recuerda, asimismo, que «las cisternas se han apoderado del sur global» y venden en zonas desfavorecidas aguas que son, «de media, diez veces más caras que las suministradas por los sistemas urbanos».

Ese problema es particularmente grave en la Ciudad de México, que Opryszek describe como «rehén de su propia sed«. Allí, además, «la mitad de las tuberías presenta fugas» y se expulsa hacia el estado vecino de Hidalgo «la mayor concentración» de aguas residuales no tratadas de América Latina.

Opryszek tiene claro el papel de la desigualdad en esos problemas, y también llama la atención sobre el «patriarcado del agua«: en «el 80 % de los hogares del mundo donde no hay agua potable, las mujeres son responsables de obtenerla», lo que las expone a violencias y problemas de salud.

El agua privada y el litio en Chile

Esa desigualdad ha llegado a su máxima expresión en Chile, que en la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) se convirtió en el primer país del mundo que privatiza el agua: se calcula que el 80 % de los recursos hídricos del país pertenecen a propietarios privados, en su mayoría empresas agrícolas, mineras y de energía.

Los precios del agua potable en Chile son los más altos de América Latina, según el periodista, que durante su investigación llegó a iniciar los trámites para «comprar un río«, sin intención de culminarlos pero sí de demostrar hasta qué punto el agua se ha convertido en «una mercancía» en Chile.

En el libro, explora además la huella hídrica de las minas de cobre en el país y la que está empezando a dejar la exploración de litio en el desierto de Atacama: incluso en el caso de la energía verde, advierte, es necesario pensar en las consecuencias.

El carbón que la UE compra a Colombia

También explica cómo, tras la invasión rusa de Ucrania, España y otros países de la Unión Europea (UE) volvieron a importar carbón de Colombia, después de reducir notablemente esas compras por la complicidad de algunas mineras colombianas con la violencia de fuerzas paramilitares en el conflicto armado del país, lo que dio origen al término «carbón de sangre».

Opryszek destaca que cerca de El Cerrejón, la mina a cielo abierto más grande de Latinoamérica, hay niveles peligrosos de mercurio y plomo en el agua, que causan graves problemas de salud y un enorme estrés hídrico para la población indígena wayúu de esa región de Colombia.

La investigación del reportero pasa además por Ecuador, Argentina, Israel o Irak, y se detiene en los centros de datos que proliferan en el mundo -sin apenas regulación y con enormes necesidades de refrigeración- a medida que crecen las redes sociales y la inteligencia artificial.

El autor del libro, que creció como un profundo admirador del periodismo comprometido de su compatriota Ryszard Kapuściński, cuenta que muchas de sus fuentes en México le veían como un «polaco loco» perdido en la otra punta del mundo y se abrían más con él que con los periodistas mexicanos, hablándole de sus actividades ilícitas con una franqueza sorprendente.

Aunque es enemigo del alarmismo y quiere creer que, «aunque sea en microescala, se puede cambiar el mundo», el periodista concluye la entrevista con un mensaje sombrío.

«Hemos tenido 21 siglos para aprender que el agua es muy importante, y no hemos hecho nada», dice.