Después de huir del caos económico y político en Venezuela, Luisana Silva ahora carga tapetes para una empresa de alfombras de Carolina del Sur. Gana lo suficiente para pagar el alquiler, comprar alimentos, repostar gasolina a su auto y enviar dinero a casa para sus padres.
Llegar a Estados Unidos fue una experiencia desgarradora. Silva, de 25 años, su esposo y su hija entonces de 7 años desafiaron las traicioneras selvas del Tapón del Darién en Panamá, viajaron a lo largo de México, cruzaron el Río Bravo y luego se entregaron a la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos en Brownsville, Texas. Al solicitar asilo, recibieron un permiso de trabajo el año pasado y encontraron empleos en Rock Hill, Carolina del Sur.
“Mis planes son ayudar a mi familia, que lo necesita muchísimo, y crecer económicamente aquí”, dijo Silva.
Lo que cuenta su historia es mucho más que la ardua búsqueda de una familia para tener una vida mejor. Los millones de puestos de trabajo que Silva y otros inmigrantes recién llegados han ocupado en Estados Unidos parecen resolver un enigma que ha confundido a los economistas durante al menos un año: ¿Cómo ha podido prosperar la economía —que ha añadido cientos de miles de empleos, mes tras mes— en un momento en que la Reserva Federal ha aumentado agresivamente las tasas de interés para combatir la inflación, algo que normalmente es una receta para una recesión?