Kola Bah se ganaba la vida como guía turístico en la histórica ciudad maliense Djenné, que en su día fue un centro de aprendizaje islámico conocido por su vasta mezquita de adobe, que está en la lista del Patrimonio Mundial en Peligro de la UNESCO desde 2016.
La Gran Mezquita de Djenné — el edificio de adobe más grande del mundo — solía atraer a decenas de miles de turistas al centro de Mali cada año. Ahora está amenazada por el conflicto entre los rebeldes yihadistas, las fuerzas del gobierno y otros grupos.
Bah dijo que entonces ganaba suficiente para mantener a su familia, que ahora tiene nueve hijos, y para pagar un pequeño rebaño de ganado. Pero hoy en día pocos visitantes llegan a la ciudad y prácticamente se ha quedado sin trabajo. Cuando necesita dinero, vende uno de sus animales.
En declaraciones a The Associated Press a la puerta de su casa en el casco antiguo de Djenné, Bah apuntó que la población creía que la crisis terminaría en algún momento y que los negocios volverían a funcionar como antaño.
“Pero cuánto más tiempo pasa, más ilusorio resulta ese sueño”, dijo. “Las cosas son realmente difíciles ahora”.
Djenné es una de las ciudades más antiguas del África subsahariana y fungió como centro comercial y punto de enlace en el comercio transahariano de oro. En el casco antiguo se conservan aún casi 2.000 de sus viviendas tradicionales.
La Gran Mezquita, construida en 1907 en el lugar donde se ubicaba otra que databa del siglo XIII, es revestida cada año por los residentes en un ritual que reúne a toda la ciudad. La imponente estructura del color de la tierra necesita una nueva capa de barro antes del inicio de la temporada de lluvias, o de lo contrario se estropearía.
Las mujeres son las encargadas de acarrear el agua desde un río cercano para mezclarla con arcilla y cáscaras de arroz y fabricar el lodo con el que se recubre el edificio. La colocación de la nueva capa de barro es un trabajo reservado a los hombres. El alegre ritual es un motivo de orgullo para una ciudad que ha pasado tiempos difíciles y une a gente de todas las edades.
Bamouyi Trao Traoré, uno de los maestros albañiles de Djenné, señaló que trabajan como un equipo desde el inicio. Este año, el enlucimiento se hizo a principios de este mes.
“Cada uno de nosotros va a un determinado lugar para supervisar”, contó. “Así lo hacemos hasta que todo está hecho. Nos organizamos y supervisamos a los más jóvenes”.
El conflicto en Mali estalló tras un golpe de Estado en 2012 que creó un vacío de poder, lo que permitió a los grupos yihadistas hacerse con el control de ciudades clave en el norte. Una operación dirigida por el ejército de Francia los expulsó de los centros urbanos un año más tarde, pero el éxito duró poco.
Los yihadistas se reagruparon y lanzaron incesantes ataques contra el ejército maliense, además de sobre las fuerzas francesas, regionales y de Naciones Unidas presentes en el país. Los insurgentes proclamaron su lealtad a Al Qaeda y al grupo extremista Estado Islámico.
Sidi Keita, director de la agencia nacional de turismo de Mali en la capital, Bamako, indicó que el descenso del turismo fue drástico tras la violencia.
“Este era un destino realmente popular”, dijo recordando que recibían decenas de miles de visitantes cada año mientras que, hoy en día, los turistas están “prácticamente ausentes de Mali”.
A pesar de ser uno de los principales productores de oro de África, Mali es uno de los países menos desarrollados del mundo y casi la mitad de sus 22 millones de habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza. Con la industria del turismo prácticamente desaparecida, los malienses tienen cada vez menos opciones para ganarse la vida.
La ira y la frustración por lo que llaman “la crisis” van en aumento. El país ha vivido otros tres golpes de Estado desde 2020, coincidiendo con una oleada de inestabilidad política en el centro y el oeste del continente.
El coronel Assimi Goita, que asumió el mando tras un segundo alzamiento en 2021, expulsó a las fuerzas francesas al año siguiente y recurrió a unidades de mercenarios rusos para obtener ayuda en materia de seguridad. Además, ordenó a la ONU que pusiera fin a su misión de mantenimiento de la paz de 10 años un año después.
Goita ha prometido luchar contra los grupos armados, pero la ONU y los analistas sostienen que el gobierno está perdiendo terreno rápidamente frente a los insurgentes. Ante el empeoramiento de la complicada situación económica del país, la junta militar de Goita ordenó el mes pasado el cese de toda la actividad política y, un día más tarde, prohibió a la prensa informar sobre su actividad política.
Moussa Moriba Diakité, director de la misión cultural de Djenné, que busca preservar el patrimonio de la ciudad, explicó que hay otros desafíos más allá de la seguridad, como las excavaciones ilegales y los vertidos de basura en la ciudad.
La misión está tratando de hacer llegar el mensaje de que la situación de seguridad no es tan mala como parece, dijo, e implicar a más jóvenes en el ritual del enlucimiento, para ayudar a que las nuevas generaciones reconozcan su importancia,
“No es fácil conseguir que la gente entienda de inmediato los beneficios de preservar el patrimonio cultural”, reconoció.