Monterrey, Nuevo León. Insólito, ecléctico y único en el mundo, el nuevo museo La Milarca abrirá sus puertas en unos días para ofrecer la colección privada de 3 mil millones de pesos reunida en 50 años por el empresario, político y filántropo, Mauricio Fernández Garza, quien continúa la misión de promoción de arte y mecenazgo de su estirpe familiar.
Desde fósiles de dinosaurios, pasando por la colección más importante del mundo de amonitas, la espada de Hernán Cortés o el anillo de Maximiliano; con cuatro techos renacentistas españoles de 1500 y siete arcos góticos del siglo XIII, La Milarca, ubicada en el Parque Rufino Tamayo en San Pedro Garza García, se convertirá muy pronto en uno de los museos más importante de América Latina.
El museo contiene 2 mil piezas que constituyen las pasiones de uno de los grandes coleccionistas de México: naturalia, científica, exótica y artificial. Es una réplica de La Milarca, su casa ubicada en la Sierra Madre Oriental en la Reserva Nacional Chipinque y exhibe la búsqueda del sentido de la vida en la paleontología y las bellas artes, apoyado por un grupo de museógrafos encabezados por Miguel Ángel Fernández.
En un recorrido hecho por el propio Mauricio Fernández a ‘La Jornada’, el museo recibe al visitante en la recepción con el suelo cubierto de canillas de vaca incrustadas: “cada canilla significa abrir la pata y luego quitarle la pezuña a la vaca, para cortarla. La persona que me las consiguió me preguntó: ¿cuántas quieres? Yo le dije: unas 4 mil. Se asustó, pero me las juntó en un año”, dice riendo.
El techo de este primer salón es un caleidoscopio pintado por el artista jalisciense Ismael Vargas. A continuación, llegan los fósiles milenarios, uno enorme colocado en la pared de la formación Río Verde, de los estados de Colorado, Utah y Wyoming, donde hace millones de años había un gran océano en Estados Unidos.
A la izquierda se encuentra un mural de helechos carbonífero con 300 millones de años de Pensilvania. Por el pasillo, el visitante se encuentra con el primer arco gótico del Siglo XIII.
Y así aparece el primer techo renacentista con dos arcos góticos que están en la portada de los edificios y uno más en solitario frente al patio sobre un estanque de agua: “Son de 1200, de la época de los mayas para que la gente se ubique en tiempo”.
Enfrente, hay un ictiosaurio, el temible reptil prehistórico parecido al delfín, en este caso, una hembra preñada: “Es una cría. Aquí está el ojito y la cabecita del bebé con la columna vertebral. Estaba con un coleccionista en Alemania que le dio cáncer y entre varios paleontólogos le andaban buscando donde venderlo y decidieron que estuviera en mi colección. Es el mejor ictiosaurio que tiene 180 millones de años”, dice Fernández Garza, mientras muestra unas pelotas de piedra de Morelia colocadas en el jardín: “Estas las expulsó un volcán, obviamente a una altura impresionante y en el aire la lava se hizo cera. Me pase como 15 años comprándolas”.
Colección Televisa
En cada rincón de este museo se encuentran los 50 años de colecciones e investigaciones de Fernández Garza. A continuación, un gran salón que será utilizado para eventos, donde parece el techo renacentista de par y nudillo de 35 metros de longitud: “Es una maravilla de principios de 1500 y está considerado como una pieza que tiene la mejor acústica del mundo. Las vigas son de una sola pieza, de un solo árbol. Es muy impresionante porque son arboles de cerca de 800 años, la madera tiene 1300 años”.
El empresario regiomontano compró la colección que mandó hacer Emilio Azcárraga Milmo para el Mundial 1986 que fue la imagen de México para ese evento futbolístico: “Se tardaron muchos años en hacerla y son piezas muy extraordinarias porque se cocieron en hornos de leña. Me contaba Paula Cusi que de 30 piezas solo salía una, las otras tronaban por los conceptos de humedades dentro del barro. Al final de cuentas se hicieron posters que son los que se mandaron a todo el mundo. Yo me quedé a cargo de toda la colección, no están todas aquí porque no caben”.
El salón está ubicado en la parte superior donde el piso de madera es de un puente de la época de Porfirio Díaz: “Era de ferrocarril, lo quitaron y yo me quede con el puente porque necesitábamos tantísima madera para el piso y los techos y algunas cosas más”.
En esta área están las piezas de Ocumicho: “Fundamentalmente son piezas de Tlaquepaque, piezas extraordinarias que se tenían que decorar cada pieza antes de cocerse. Esta era mi biblioteca: Es una colección de piezas de Ocumicho medio eróticas o diabólicas o como las quieren ver. “A mi se me hace una maravilla. El arte popular mexicano es de mi mayores agrados. A pesar de que Ocumicho sigue haciendo cosas, ni de milagro te hacen piezas de esta calidad”.
Entre sus primeras piezas de colección que tienen más de 50 años con él, está una raíz de un árbol de la Laguna de Tres Palos en Acapulco que compró cuando tenía 20 años. A su lado un fósil jurásico de un animal: “A mi me gusta no nada más la parte paleontológica, sino la parte artística. Son piezas por demás hermosas, este tiene 180 millones de años, es de Alemania”.
Numismática
En el siguiente salón se encuentra la exposición “Las monedas del cobre en la numismática mexicana”, que incluye monedas mexicanas que no se conocían de la numismática: “La plata y el oro no te explican la historia de México, mientras que la numismática del cobre sí. La museografía presenta la historia de las monedas:” Por ejemplo, esta primer moneda de 1536 no se hizo la historia oficial hasta 1814 por Felix Calleja.
Añade: “Todas estas monedas son únicas. Hice un mapa de 1750 de la Ciudad de México con los lugares donde se emitían monedas. Se usaban como moneda de cambio, fraccionaria. Esto si está muy relacionado a la economía de la moneda fraccionaria en el siglo XVIII”.
En este salón tiene una sección de numismática particular con el material de su libro “La moneda particular”: “La gente hacía sus monedas. Las puse por abecedario. Está es una acumulación de monedas del Siglo XIX porque México a final de cuentas pidió un préstamo, primero impagable y segundo se creó el Banco de Amortización para retirar toda la moneda de cobre y como garantía del préstamos le daban “todos los bienes raíces de propiedad nacional”. Hipotecaban a México”.
En frente se encuentran dos mesas con las monedas de la Guerra de Independencia: “monedas donde aparece por primera vez el águila mexicana de 1802. Y luego están las monedas oficiales donde ya el gobierno en 1814 empieza emitir moneda”.
En otros gabinetes diseñados por Fernández Garza, hay monedas con “puras rarencias”: “Estas se llaman jolas, así las encapsularon, son únicas. Y San Fernando de Bejar, luego se le cambió el nombre a San Antonio, Texas, son monedas importantes y en una investigación que hice puse el dibujo de San Juan Bautista Río Grande que era por donde se cruzaba de Coahuila a Estados Unidos. Estas monedas son las mas caras de toda la numismática mexicana. Son unas joyas, ni monedas de oro y plata valen lo que valen estas”.
Explica que esa moneda es española, mexicana, americana, es de la guerra de Independencia, es Texana y además es única: “Esta moneda oficialmente está reconocida con su documentación como una moneda única”.
También hay monedas emitidas por los municipios: “Está de madera es única. Hay montanales de monedas únicas, como la de Tingüindin, Michoacán, porque dice Viva, como lo pronunciamos nosotros y dice “Viva la libertad”. Es una representación de nuestra cultura y de la forma de ser”.
En la secuencia museográfica a partir de 1824, ya como República, empiezan los estados mexicanos a emitir moneda de cobre: “Las amortizaban y volvían a sacar otras, siempre con una friega bruta contra el pueblo. Siempre la llevaba el pueblo. Era una ingratitud”.
En el período de la Revolución hay monedas muy raras como una que dice “Muera Huerta” que las mandó hacer Pancho Villa: “Tenían la peculiaridad de que si te agarraban con una moneda así te fusilaban. Y otra que cristera que dice “Muera Calles”. Las monedas del Siglo XX todas circulares: “Ni de milagro hay una colección de estas. Este es el único museo privado de numismática en el mundo. No hay ningún otro en todo el planeta”.
Arte popular mexicano
Al salir al patio central el visitante se encuentra con una escultura de Francisco Zuñiga de tres mujeres: “De está pieza solo se conocen otras dos, una que la tiene Oprah Winfrey y otra que está en Japón. Y a mi me encantó ponerla en este patio porque aquí te das cuenta que La Milarca está en medio del bosque y aquí en medio del parque”.
En la siguiente sección del museo se encuentra una colección de arte popular sobresaliente con un techo de mediados de 1300 de Palencia: “Este techo estuvo en un palacio como 800 años y el hollín de las velas acabaron tapando toda la pintura y cubrió los colores. Cuando a mi me llegó el techo era una torta prieta, pero el restaurador Manuel Serrano estaba llorando de emoción. Me dijo: “Ven por favor”. Donde empezó a limpiar salieron los colores son originales. Es la época de los mayas. Es una pieza toda pintada y policromada. Es algo inaudito”.
El lugar tiene un arco del Siglo XIII: “Por fuera se ve como un arco, pero por dentro lo hice como una escultura y que las piedras estuvieran como fueron sacadas. Son arcos cargadores, para que estén aquí tuvieron que haber tumbado el edificio donde estaban”.
Hay piezas poblanas de 1700. El Fomento Cultural Banamex las ha reconocido como lo más antiguo de arte popular del Siglo XVI: “Son las piezas más primitivas después de la Conquista. Estas son piezas de Pantalón Panduro, es una maravilla de esta artesanía mexicana de alta calidad. Y para mostrar el buen humor mexicano, aquí tenemos “El Cagón. Eran alcancías para los niños. Es el único que he encontrado, son famosísimos y rarísimos. Son del Siglo XIX”.
En el Salón Oaxaca hay un techo de un palacio de Sevilla de 1505, el único que queda en el mundo de cerámica: “Ya me lo reconocieron en España, es como un privilegio el tener estas piezas del Renacimiento. Con el peso de la cerámica el techo tiene sistema de amortiguamientos. El único que te puede hacer un techo de estos soy yo. Conozco todos los dimes y diretes para poder descifrar todas las complicaciones técnicas para hacer una loquera como ésta. No dejan de ser unas piezas espectaculares y singulares”.
En este salón hay obras de Morales, Tamayo, Sergio Hernández, Toledo, Nieto, Eddie Martínez, Maximino Javier, Filemón Santiago, Arnulfo Mendoza y un retrato suyo que le hizo Jerónimo López Ramírez, Dr. Lakra: “Fue una historia muy chistosa porque Francisco Toledo me iba a pintar un cuadro mío, me dijo que sí, pero Francisco para esas cosas era muy difícil, luego me dijo que estaba batallando mucho. ¿Por qué no te lo pintamos entre Jerónimo y yo?. Y luego se me muere Francisco. Y me lo pintó Lakra”.
En otro salón vació se encuentra un techo mudejar, que él llama cristiano musulman: “Este en particular se piensa que estuvo en la Alhambra. Nosotros no lo encontramos porque parte de la Alahambra se destruyó, pero lo que sí sabemos es que es de Granada y la gente del Museo del Prado vinieron y tiene inscripciones árabes que dicen “Alá está en el cielo”. Por la escritura me lo fecharon en 1350 y está hecho con la carpintería en lo blanco y casi parece una bóveda, es complicadísmo hacerlo”.
El Gabinete de Mauricio
Para Mauricio Fernández los cuatro techos espectaculares que tiene el museo pertenecen a la clasificación de “cristiano musulmanes” y son de los pocos que quedan en el mundo: “Los cuatro con carpintería en lo blanco. Los originales que quedan importantes en el mundo del siglo XVI son los de Medici en Florencia, el de los Habsburgo que está en Viena, el del Imperio Romano en Estrasburgo y hay otro pequeño en Copenhague”.
Finalmente, el visitante llega al sótano donde se encuentra uno el Estudio del Coleccionista, uno de los mejores del mundo, con piezas de primer orden mundial: “Tengo pedidos de muchos museos porque quieren tener algunas de estas piezas en sus colecciones”.
Aquí expone Mauricio una de sus grandes pasiones de colección, la paleontología y expone fósiles de gran importancia mundial: “Esta tortuga tiene como 50 millones de años, solo han aparecido tres en el mundo. Este es el Meteorito Fukang, un raro meteorito compuesto por metales y silicatos. Son olivinas mezcladas con hierro níquel y es el manto de un planeta que tronó hace como 4 mil 500 millones de años. Al lado tiene una piedra roja, es la primera muestra de oxigeno en la tierra que según el científico Michael Marshall apareció en la Tierra hace 2 mil 400 años”.
En la parte inferior expone la colección de amonitas, la más grande que existe en el mundo. Están colocadas en una fila mostrando estos fósiles gigantes de 200 millones de años, criaturas depredadoras parecidas a los calamares que vivían en el interior de conchas con forma de espiral extinguidas hace 66 millones de años. Entre estas piezas únicas en México, hay dos cuernos de megalocero gigante, el ciervo más grande y solo hay dos en el mundo, uno en el Museo Británico en Londres y aquí.
Siguiendo la museografía el visitante se encuentra con un huevo del pájaro elefante, extinto desde el siglo XVII, nativo de Madagascar: “Enteros como esté, solo hay una docena en el mundo”.
Después hay un conjunto de amonitas de Madagascar que luego se trabajaron en Italia: “Esta es una pieza del museo de Historia Natural de Nueva York y me la quieren comprar de Houston, está considerada la calcita más importante que existe y es de China. Y esta es una ágata, el más grande monolito que hay en el mundo y es de Oregon. Está pieza está opalizada y es de Rusia, en 1980 las declararon joya. Así está todo, la pieza que agarres es excepcional”.
En el centro se encuentra un fosil de tiburón águila planctívoro que decidieron llamar como el museo, Aquilolamna Milarca, el fósil en piedra caliza por el que la revista Science le dio la portada a Mauricio Fernández. Encima colocó el Lepidotus, un pescado muy importante por ser jurásico alemán con 180 millones de años, considerado el mejor pescado que hay en el planeta en fosilización.
A un lado se encuentran huevos de avestruz pintados por Francisco Toledo. También unas conchas gigantes que él sacó en Coahuila con la almeja más grande que se conoce. Expone además la segunda amonita más grande del mundo que es de Piedras Negras y encontró junto con su hijo Martel quién falleció a los 19 años en un accidente de avión.
En esta muestra tiene un nido de huevos de dinosaruio, la lagartera original de Toledo que después tomaron de referencia para hacer la monumental ubicada en el lago del Paseo Santa Lucía en Monterrey, el cuarzo más grande del mundo de cristal de roca, el esqueleto de una jirafa que le cayó un rayo en su rancho, un dinosaurio triceratop y el fémur de una brontosaurio, que fueron los animales más grandes que pisaron la tierra.
En el último segmento muestra una colección de espadas de Ignacio Allende, Porfirio Díaz, Iturbide y la de Hernán Cortés de quien tiene además la medalla cuando lo condecoraron Marqués de Oaxaca: “El felino de junto con esta aparecen en un barco de 1525 que se hundió en Bahamas, y abajo una carta de él. Una barra de la Atocha del barco que se hundió en Florida”.
Y entre las piezas de joyería, el anillo de Maximiliano: “Algunas son de Aleida Ortega (su pareja) y los aportó al museo. Hay un collar de escamas de un sábalo que pescamos y lo volvimos a echar al agua”.
Entre las joyas tiene dientes de megalodonte, una especie de tiburón que vivió hace 20 millones de años. Libros de Darwin, jíbaros, un retrato de su madre, la empresaria y promotora del arte, Margara Garza Sada de Rufino Tamayo, un Diego Rivera y el primer autorretrato de Frida Kahlo con apenas veinte años.
A un lado se encuentra el Mauriciosaurus Fernandezi, un fósil que Mauricio encontró en 2011 en Vallecillo, Nuevo León, una zona donde se han encontrado otros esqueletos de dinosaurios fosilizados: “A mi me honró la comunidad paleontología mundial con ponerle mi nombre y mi apellido. El llevar el honor de tener genero y especie, pues yo no conozco a ningún otra especie en el mundo”.
El arte para el pueblo
Mauricio recuerda la generosidad de su saga familiar que lo inspira en la tradición del mecenazgo y el coleccionismo de arte: su bisabuelo Rafael Fernández Saldaña, a su abuelo Alberto Fernández Ruiloba y a su madre, Margarita Garza Sada.
Aunque las piezas de este museo pertenecen a sus seis hijos, ofreció al estado de Nuevo León un comodato de 30 años: “Es la herencia de mis hijos, pero va a estar en comodato. Yo le dije al estado que lo hiciéramos a 30 años, todavía no firmo los contratos, pero la idea es que se queden aquí para siempre en un control privado. Y a los 30 años se renueve. Se trata que la cultura sea para todos los mexicanos”.